Saturday, June 12, 2010

Eheeeem...

"Después de varias (en realidad demasiadas) semanas de autoindulgencia y falta de espíritu creador, supongo que es buen momento para explicar la ausencia de todo y nada; sobre todo porque he tenido un millón de cosas qué decir, pero como siempre y para romper la costumbre, se ha subido el grado de paranoia. El peso de las declaraciones que siguen es francamente impactante, más que nada por la ligereza -o liviandad- con las que he de tratarlas y la trascendencia que tienen en la vida de una persona. No pretendo ahogarme en un vaso de agua, pero creo que es necesario escupirlo todo de una buena vez, considerando que pocas personas han de leer esto."

Suspiró. La realidad es que nadie leería nada de lo que publicara. Si fuera un poco más realista (cruzando ligera y subrepticiamente la línea que separa la realidad del pesimismo) y tuviera dos grados menos de orgullo, reconocería que se había equivocado de camino. Decidió continuar con la aventurada columna -que parecía más una entrada de Diario de alguien de secundaria que un ejercicio para su clase de Análisis Literario- para evitar malintepretaciones que después le harían hervir la sangre como agua para pasta. Amaba su carrera y la profesión que había escogido: le encantaba enterarse de todo y poner su acidez y sarcarso a trabajar en equipo con su capacidad de análisis, aunque si se decía las cosas honestamente, sabía que su forma de escribir no era la más accesible.

"Hace unos cuantos días, encontré a una persona inquietante. Parecía normal y joven, aunque se le veía con cansancio y hastío. Se me hizo un claro ejemplo de la insatisfacción y del inescapable mal de la postmodernidad capitalina. Osé hablar con este ser humano, llendo en contra de mi usual timidez y reserva. Hicimos platica leve que duró poco tiempo, por lo que me cayó como balde de agua fría que tan rápido como le hablé, nuestros temas de conversación se hicieron más profundos. No sé la razón de esa 'confianza', inusitada e inesperada como un día soleado a la mitad de una temporada de lluvia. Lo que sí sé es que cuando nos despedimos, la mirada que vi en sus ojos era más inquietante que al principio. Como que se revolvió algo en su interior que no sabía interpretar, y tal vez pretendía que yo lo hiciera. He de confesar que soy muy inhabil para interpretar a las personas: nunca puedo decir qué pasa en sus cabezas en un momento, mucho menos saber sus intenciones. En realidad, el punto que busco resaltar es mi incapacidad innata de conectar con los otros."

Dejó escapar otra bocanada de aliento. El ligero aroma a café que pendía del aire a su alrededor le recordó la necesidad de rellenar su taza, después de hacer una escala técnica allá-donde-todo-mundo-va-solo. Así que, levantose de su silla, caminó unos cuantos pasos lejos del escritorio, extendió los brazos en cruz y se estiró. De inmediato rió entre dientes, como para que su imaginaria compañía se enterara de que había pensado algo pero que no supiera qué pensaba acerca de lo que había pensado. Cambió de postura, y arqueó la espalda. Rió de nuevo. Esa mañana sería una larga y frustrante, pues su imaginación e ingenio estaban más dispersos de lo usual. Le tomaría todo el día escribir una columna que usualmente no le llevaba más allá de un par de horas.

Así que se aventuró a salir de su santuario, descendió las escaleras en una confunsión alucinante, cruzó la sala y el comedor creyéndolos parte de una jungla insalvable de muebles y adornos y fotografías vergonzosas. Escabullóse a la cocina en medio de una batalla por supremacía entre jabón, escoba, pies y mosaicos que se resistían a la limpieza religiosa de los viernes. Al salir campante y llegar a su objetivo, llenó su taza favorita -la de los "Caminos de Michoacán"- de aquella bebida de dioses, negra como sus pensamientos más delirantes. De pronto se dio cuenta de que la Odisea para llegar de vuelta a sus aposentos sería aún más complicada que la de salida... sobre todo si quería llegar con el botín intacto.

De tal suerte que se armó de paciencia, calculó cada uno de sus movimientos y se dispuso a ejecutarlos con presición milimétrica. Cuando salió de la zona minada por charcos de jabonadura sin haber derramado una sola gota de café, se atrapó pensando en el orgullo que habría causado esa suerte de pasos de haber sido practicante del ballet clásico. Reanuda la marcha a toda prisa; las ansias de terminar la tarea aumentan a cada segundo, al igual que la indecisión acerca del contenido.

"Tanto como incapacidad... no. Creo más bien es una ligerísima renuencia causada por una menos ligera desconfianza. Créanme que es un tema recurrente de autoanálisis y autodiagnóstico... o mejor dicho: obsesivo. Y es que subraya y resalta la parte más dialéctica de mi: un miedo terrible al otro y un deseo incontenible de tal; pero como es de esperarse: en la vida cotidiana, la lógica y metodología brillan por su ausencia. Claro está que los intentos de moverse en dicha región racional se ve frustrada al vivir en sociedad, cosa que es altamente inevitable... por más que se quiera lo contrario. A veces me encuentro tratando de dilucidar esta inconexión terrible entre los demás y yo, pero la respuesta siempre se me escapa entre los dedos."

"La observación empírica de este fenómeno me ha tomado por sorpresa, dado que es más usual de lo que en verdad podría sospecharse. En ese aspecto, gran parte de la humanidad sabría que tiene algo en común con el prójimo. Pero no es así. Cada quién ve al de enfrente, el de atrás, los de al lado como seres que tienen nada de qué preocuparse. Seres que saben cómo reaccionar, qué decir, qué pensar y cuánto y cómo demostrarlo. Creo que la pregunta esencial aquí es ¿cómo saber bajo qué reglas se juega con cada individuo con el que nos involucramos? Y es que pasando de la cuestión y la perspectiva mercantilista, las relaciones humanas se dan básicamente por negociación. Tal vez no de qué quieres, qué quiero, cuánto vas a ceder tú, cuánto yo y qué estrategias vamos a usar para obligar al otro a ceder, sino estando en el entendido de que todos necesitamos algo diferente y estamos dispuestos a ser alguien diferente con personas diferentes."

"Vamos, podría decirse que tenemos máscaras para cada individuo con quien cruzamos palabra, pero eso no puede ser del todo malo... ¿o sí? Considero que es más bien una forma de defender lo que nos hace únicos contra todos los puntos en común. Saber que compartimos muchas más cosas de lo que creemos con los demás -aunque nos cueste admitirlo- puede lograr que perdamos esa conciencia de lo diferente, de lo privado, de lo que es exclusivamente 'mío'."

Miró su archivo de Word 2003 y se sorprendió. Había llenado las cuartillas requeridas... y aún no había terminado lo que quería decir. Estiró el brazo derecho y agarró su diario, la pluma fuente de tinta azul con la que escribía y comenzó así a hacer su propio manifiesto: El Manifiesto de las Máscaras Indivisibles e Intercambiables...