This is me. Ésta soy yo. Cela je suis. Dies ist ich.

Me llamo Melissa Andréa Cedillo Martínez. Soy una pisceana nacida en 1990 (¡yay!), Licenciada en Humanidades y Ciencias Sociales (whatever the hell that means). Hija de... una familia bastante conservadora (¬¬') encabezada por una médico familiar y un cirujano urólogo. La mayor de 3 vástagos. La otra siguió el camino de les progenitores (semejante trauma debo escribirlo); el otro siguen en la prepa, aunque probablemente para estas fechas del próximo año ande migrando a Veterinaria.

Metalera que no parece tal, ecléctica religiosa, socialdemócrata y bastante progre y liberal (para disgusto de mis padres y desgracia de las reuniones familiares). Mega fanática de Ludwig van Beethoven, Metallica, Nightwish, Charles Baudelaire, la ópera, los Green Bay Packers, los Borregos de mi campus (CSF) en football, los Pumas de la UNAM en soccer, René Magritte, los domingos de pijama, la lluvia y el helado de vainilla.

Bastante contreras. No puedo evitar cuestionar lo que se me dice. El eclecticismo -no nada más religioso, sino de prácticamente toda mi vida- es el resultado de ello. Hay quienes me han dicho que tengo perfil de filósofa, de politóloga/internacionalista, de psicóloga, de abogangster, de líder, de mártir y de radical/terrorista. Si puedo escoger tres, definitivamente me quedo con la filosofía, la ciencia/arte política y el terrorismo. No, no el tipo de terrorismo de Al-Qaeda o de las dictaduras de América Latina. El mote de terrorista me lo puso un profesor -que se ha ganado mi admiración, respeto y cariño- (francamente aún no entiendo muy bien qué significa, pero... bueh).

Pienso las cosas. A veces demasiado. Formulo teorías, las dialogo, las cuestiono y las transformo. Trato de mirar el mundo de manera diferente. Soy firme creyente de la negociación; del live and let live; peace and love; Sex, drugs and rock and roll; del existencialismo de Simone de Beauvoir; de la construcción y configuración del mundo desde une misme; del derecho/responsabilidad/placer de ser auténtique de cada quién; del desarrollo humano con enfoque en las capacidades. Recientemente del lenguaje de género (aunque todavía me causa conflictos existenciales). Tengo issues pendientes que resolver con el concepto de autoridad. No me gustan las jerarquías impuestas e incuestionables. Cuando reconozco a una figura de autoridad es porque me ha argumentado y convencido del porqué son así las cosas (el eterno problema con mis padres es ése: cuestiono y no acepto).

Creo que mis preocupaciones son aquellas que me trascienden: mi misión en la vida es cambiar una situación y que ese cambio sea para el bienestar duradero de muchas personas. Me preocupan les peques que no tienen hogar, les ancianes víctimas de explotación u olvido por sus familias, las personas que olvidan su dignidad como seres humanos para cubrir sus necesidades básicas. Quiero que mi trabajo sea para ellos, para que -si no esta generación quizá la que sigue- conozcan una mejor calidad de vida. He tenido la oportunidad y la bendición de conocer ambas caras de la historia: mi tránsito diario es entre Santa Fe y las ciudades perdidas de ésa zona... Aún no sé bien qué hacer o por dónde comenzar, pero creo que desde el servicio público y las organizaciones de la sociedad civil es posible cambiar nuestra realidad.

Sobre las traducciones/repeticiones del mismo concepto en diversas lenguas... Tengo una ligera obsesión por lo diferente. A veces obvia, en otras ocasiones un poco más sutil (de verme en la calle, nadie me reconocería o pensaría que padezco de esta obsesión irremediable). Diversas lenguas implican diversas lógicas, que a su vez implican diversas perspectivas que me llevan a entender que, si quiero comprender un poco mejor la realidad en la que vivo, debo buscar conocer la mayor cantidad de ópticas posibles. Y para lograrlo... *sigh* lo que pocas personas están dispuestas a hacer y que desde hace poquito decidí engrosar las filas de quienes lo hacen: atreverse a salir de la zona de confort.

Admito que no me ha sido fácil; que muchas veces dudo en el momento en que me enfrento a la decisión de cambiar mi cómoda rutina y hacer algo nuevo; que me ATERRA y PARALIZA (casi literalmente lo segundo) la posibilidad de equivocarme. No soy perfecta (LOL. Soné taaaaaan a JVM que deberían lincharme), pero eso de -con perdón de ustedes- cagarla magistralmente no me atrae ni tantito. Ya sé que quien no se equivoca no aprende porque no está haciendo algo, pero vamos: hay de errores a errores. No sé aún cuáles caen en qué categoría (Comienzo a creer que en esta página voy a acabar escribiendo más 'no sé' que 'sí sé'. No me preocuparía si fuera sobre un tema aleatorio, pero a veces sospecho que a mis años, ya debería tener por lo menos un esbozo de quién soy y qué diantres quiero de mi vida), o si mi noción de error es o no producto de una locura como la mía.

Aquí otro punto importante: Estoy loca. Quizá un poco conforme a los parámetros psiquiátricos de la locura, quizá otro mucho (dis)conforme a los de la sociedad. O bueno, de la sociedad en la que me tocó nacer y crecer. Es resultado de la obsesión de la que hablé en el párrafo anterior, sumada a la camaleónica necesidad de ir encontrando qué posturas, ideas, actitudes -similares y conexos- se acomodan más a mi. O mejor aún: a qué ideas, actitudes -similares y conexos- me acomodo yo. Me explico: en esta eterna búsqueda identitaria (no negaré que soy humana, demasiado humana, y eso conlleva una necesidad de pertenencia e identificación con algo) he probado muchas posturas. Unas me han durado, otras han sido más efímeras que el uso recomendado de la ropa interior. Cambio -o al menos solía hacerlo- a diario. Nunca habíale visto algo de malo a esto hasta hace un par de días, cuando me hicieron notar que eso ha provocado algo que es un arma de doble filo: nadie sabe quien soy en realidad.

Aterrador, ¿no? Mi respuesta: Sí, un poco. En mi cabeza la situación de ensayo-y-error (irónicamente reaparece el concepto de errar) cambió de forma y se convirtió en un castillo medieval, de esos que están rodeados por una fosa llena de criaturas antropófagas y que sólo da acceso a aquellos que son bienvenidos por los habitantes del interior (sí, ya sé que parece escena salida de un cuento de hadas o de novela caballeresca estilo Ivanhoe, pero meh, soy una chica romántica to the core). Estructuras que son casi foolproof a daños al interior, pero que aislan a los habitantes. ¿La solución? encontrar o adoptar una postura -en otras palabras definirme- y mostrarme al mundo sin las murallas y la fosa del cambio incensante.

*Holy Mother of Cheesus*

Me doy cuenta de mi situación: ando muy, MUY malita de mis saltos de fe. Lo confieso -quizá de forma culposa, quizá de manera regocijada- soy una chica cobarde, paranoide, insegura y un poco desconfiada. A pesar de ser casi infranqueables mis murallas, las heridas de la princesa las han hecho aquellos que han podido llegar al castillo. Y aunque no quiera -que reconozco que a veces sí quiero- me es complicado volver a creer que ese daño fue un error y que no siempre me van a lastimar, pero la cadena de la compuerta está cada vez más oxidada y dificulta su manipulación. En pocas palabras: hoy sólo muevo la cadena cuando encuentro a alguien que me muestra que su intención nunca será lastimarme profundamente. ¿Egoísta? ¿Cobarde? Sí y sí, pero me cansé de dejar que todos entraran, de ofrecer agua, comida y refugio a los forasteros que aprovechaban para robarme algo.

Sé que estas últimas dos líneas suenan súper ardidas, pero en este lugar pretendo nada más que ser honesta. Creo que serán muy pocos quienes lean esto, y por ende mi ejercicio psiquiátrico está mucho más seguro siendo abierto a un público que no le interesa mi existencia (o bueno, dizque. Creo). El punto es que me he vuelto una suerte de ermitaña vagabunda, observadora y antropologa social of sorts. Prefiero observar las dinámicas grupales más que participar en ellas. Me siento como una wallflower1. Digo, está bastante cool eso de no atraer los reflectores, porque no sabría qué diantres hacer con toda esa atención y creo que me provocaría un colapso nervioso, de esos que te provocan hacerte un ovillo y mecerte suavemente sobre la retaguardia mientras deseas que todo mundo desaparezca y te deje en paz. No sé si a ustedes les pase.

Me considero una chica sencilla que aprecia las cosas pequeñas de la vida. Sí, suena muy cliché eso, pero de verdad, esas cosas que damos por sentado y los momentos que no nos paramos a saborear... Soy un tanto cuanto sensualista. Amo vestirme despacito para sentir la tela de mi ropa, oler mi taza de café o té antes de darle el primer sorbo, destrozar mi trufa y dejar que los pedacitos se derritan sobre mi lengua, cerrar los ojos y ponerme al sol o al viento, quitarme los zapatos y caminar descalza sobre el pasto, oler un libro nuevo o viejo o el que estoy a punto de comenzar a (re)leer... Los amaneceres y los crepúsculos son mis horas favoritas del día, aunque admito que llevo fácil un semestre sin ver un amanecer. Mandarles mensajes a aquellas personas que son importantes en mi vida en momentos inesperados. Quedarme despierta sólo porque me dieron ganas de escribir... Recientemente adquirí la manía de caminar por mi ciudad. De verdad que no hay sensación comparable a sentirte libre y en comunidad mientras compartes el espacio de Reforma los domingos...

Algunos piensan que soy conservadora. Dude, really? Pienso que depende de la lente. Me obsesiona conservar muchas cosas: mi libertad, mi capacidad de cambiar, mi imaginación hiperactiva, las infinitas posibilidades de ser y no ser al mismo tiempo, el amazement feeling que tienes cuando aprendes algo. Quiero conservar mi alma intacta. Otra cursilería que suelto, pero de verdad me da miedo que alguien llegue y me haga cambiar tanto que ni yo misma reconozca quién soy. Aun dentro de todas estas máscaras que me he puesto y quitado, hay algo de mi que no varía, y es la esencia. Creo que lo que importa de un libro no es su formato, sino lo que te transmite, lo que le hace conectar contigo. Lo mismo me daría leer una biblia en un encuadernado merol casi satánico que un texto del Marqués de Sade forrado como un libro para niños. No es que sea radical, obviamente.

Soy una chica de oxímorones, y mi vida se resuelve sólo en la dualidad de las cosas. No puedo no tomar en consideración ambas caras de la moneda, aunque a veces la moneda se parezca más a una molécula de fullereno que un disco. Mis calificaciones son un caos, mi cuarto es un caos, mi vida entera es un caos. Pero no puedo aceptar una estructura externa -menos aún si la estructura externa es el mismísimo caos-. Mi caos tiene estructura y orden para mí. Funciono, pues. O bueno, a veces. El punto es que soy anti-alien. Jajaja. Si una solución no surge de mí, no es que no tenga valor -porque lo tiene-, pero no me gusta tropicalizar las cosas. Esto viene un poco conectado con el primer punto de esta letanía dadaísta. Mi lógica difiere de la de otros. Ergo no funciona igual. Ergo no lo puedo hacer igual. Ergo los resultados son diferentes. Ergo... adaptar en vez de crear tus propias herramientas... No sé, quizá ésa sea la razón de este ejercicio psiquiátrico. Evidentemente tengo issues que me rehúso a resolver en una terapia.

El siguiente oxímoron: soy bastante radical y tajante, aunque considero la mayor cantidad posible de cuestiones antes de hacer un juicio o tomar una decisión. Es inverosímil que una vez que siento que tengo los elementos suficientes para 'dictar sentencia', no la cambio, a pesar de ser consciente de que me puedo equivocar y hacer juicios o tomar decisiones erradas. Me mantengo en mi línea, pues. Evidentemente no es la postura más prudente, por lo que siempre estoy en conflicto interno. Racionalmente entiendo las cosas, y trato de ser justa -Aristóteles nunca advirtió de lo difícil que es lograr la virtud-, pero en un plano más inconsciente e irracional... la terquedad es una característica y vicio de familia. Aplica a todo: decisiones, reacciones, acciones, ideas... Soy capaz de ver casi toda la escala de grises de un lienzo, pero rara vez puedo mantenerme en los grises. Como ente contradictorio, vivo en el blanco o en el negro. Me lo han reprochado, sí. Dicen que es algo que se me quitará cuando sea madura (admito que hay días en que esa palabra me causa escalofríos), pero creo que tiene que ver más con mi parte kantiana y moderna que con estar abandonando la adolescencia (me han dicho que ya debí haberla dejado atrás, que 10 años son más que suficientes) o seguir el la búsqueda-construcción de mi misma.

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