Friday, November 28, 2008

Soy lo feo, lo malo, lo inverosímil, lo destructivo.

Soy lo infrahumano, lo inaudito, lo primitivo, lo despreciable, lo inadmisible; el anhelo violento de tu sexo.

Represento todo lo que no debería, pero es.

Soy el pecado, la ironía, la represión, la condena, la tortura; la pasión encadenada.

Soy el miedo más profundo.

Soy la penitencia de todos los hombres deshumanizados.

Soy el cobijo de quienes no tienen un lugar entre ellos.

Soy el dolor más intenso, el lamento más etéreo, el grito más desgarrador; la ira que mueve y paraliza.

Soy los juicios y los estereotipos.

Soy lo extraño, lo que está “fuera de lo normal”, el rechazo.

Soy la duda, la incertidumbre y las decepciones.

Me odias o te soy indiferente, pero reconoces que existo. Y eso no me molesta, he de confesar gozosamente.

Me evitas, pero siempre te encuentro; me encuentras. Porque siempre estoy contigo; dentro, muy dentro, llenando de inhóspita desolación tu alma fértil.

Soy quien te dio a luz, quien te vio nacer.

Soy parte de ti. No puedes escapar, no puedes esconderte.

Me besas en la oscuridad de la noche. Acto seguido te seduzco. Dirijo tu odio y frustración al éxtasis de tus sentidos.

Y me prometo que te perderás en mí. Veo en tus ojos crecer la necesidad de alivio; huelo en el aire una súplica suave y temerosa; oigo en tu voz un gemido de placer.

Pero lo que más me mueve es tu sabor. Ése estímulo en mis labios; un dulce que me embriaga al punto de perder la razón.

Acaricias al pecado. Susurras que mi pecho es el paraíso; tu paraíso.

Y entonces lo sé: he logrado mi cometido.

Me vuelvo para marcharme y ruegas que no te deje. Te miro una vez más.

“Nunca lo haré”. Sonrío y me desvanezco a la luz de la aurora, que me quema cual brasa ardiente.

Volveré

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