Sunday, June 14, 2009

Después de leer, lloré. Lloré de rabia, de desconcierto, de desolación. Pero sobre todo, lloré de amor sin esperanza. Tragarónme mis lágimas, me encerró mi corazón marchito y en la soledad del cautiverio recordé aquel sueño... la imagen del mar que con toda su fuerza, me hundía sin poder salir.

La angustia que se llenó de silencio, el miedo que tenía sabor a sal, la opresión aguamarina que se cernía alrededor de mi pecho se volvieron el instrumento de un fallido intento artístico... y del comienzo del final de mi sensatez.

Me encuentro en la oscura soledad de mi habitación, rodeada de velas, arrullada por un murmullo ininteligible, envuelta solamente por la luz de una luna menguante y el aroma de un recuerdo vago y difuso, que tal vez sea sólo un delirio del alma moribunda que todavía se aferra a mí...

¿Cuán dulce puede ser la agonía? ¿Cuán agradable es la tortura de la ausencia? ¿Qué tan placentero será el morir a la sombra de unas ganas locas de besarte y una consciencia que lo impide?

Me pregunto porqué jugaste así, con reglas inconstantes; inconstantes como tú; como tus palabras dirigidas a mis oídos; como tus miradas que me buscaban; como la luz en tus ojos, que jamás llegué a ver con la luna sobre tu cabeza. Inconstante como mi respiración cuando estás cerca; como mis pasos de baile a la cadencia de tu mando; como toda mi vida cuando gira en torno a ti...

Sale de mi cuello un gemido de tristeza cuando comprendo que tu naturaleza es ésa: probar, inquietar y volar lejos. Y es precisamente tu naturaleza la que ha dejado a la mía tirada sobre la sal de la arena sin mar, luchando por sobrevivir con una herida de muerte en el corazón. ¡Qué bondad ni qué ocho cuartos, si cuatro de esos ocho me faltan para borrar dudas y pecados del libro de mi vida! ¿Cuanta ingenuidad puedo cargarme sin parecer más ilusa de lo que soy, persiguiendo algo que es mucho más veloz que las alas que impulsan mi deseo...?

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