Friday, August 06, 2010

Al fin... el fin de las vacaciones

Creo que estas vacaciones largas, abrumadoras y completamente desquiciantes me han servido bastante, no nada más para leer, dormir y hacer ejercicio a lo bestia, sino para cosas (un poco) más trascendentales.

Comenzaron con el primer voluntariado que hago. Participar en el Tercer Festival de Cine en Derechos Humanos organizado por Fundación Cinépolis fue algo que me dejó un nuevo nivel de consciencia. Vamos, estaba consciente de los muchos problemas que hay en el mundo concernientes a nuestros derechos fundamentales, pero ver algunos documentales que pusieron la realidad en caliente... me movió el piso. Me hizo considerar que un cambio -o muchos- en mis perspectivas de vida eran necesarios.

Para empezar me di cuenta que este blog debe volverse más abierto a temas y formas. O sea: ya no me voy a clavar en mis melodramáticos aconteceres del corazón. No fue precisamente sencillo llegar a esa conclusión (un poco lógica), pero creo que es lo mejor que pude haber pensado. Hacía fácil tres meses que no escribía algo, por una cuestión más que nada evasiva; y cuando me percaté del hecho e intenté remediarlo, entendí que simplemente no puedo seguir tirándome al drama y al llanto. Lo que sucede, pasa y punto. Escribirlo suele ayudar, pero creo que un blog no es el mejor lugar para el análisis personal. Claro que de vez en cuando (entiéndase MUY ocasionalmente) puedo postear algo por el estilo, siempre y cuando no se convierta en una vorágine de la que no pueda escapar.

Creo que esta nueva fase tuvo origen gracias también a un acontecimiento "importante": mi hermana y mi madre se fueron de viaje tres semanas. Ya sé que no suena impresionante, pero la situación (aunque no es muy complicada) fue nueva y me desequilibró. Me quedé sola con mi abuelo, un hombre -o mejor aún: un niño impertinente- de 84 años que pretende hacer las cosas a su manera; mi papá -una persona de trato difícil, por decir lo menos- cuyo horario me transtornó toda la vida; y mi hermano -un puberto insoportable- a quien quiero mucho pero que simple y sencillamente no tolero por grandes cantidades de tiempo; además del personal doméstico (o como mi madre las llama: asistentes domésticas), que aunque si fue un aliviane ENORME tenerlas, también contribuyeron a algunas situaciones complicadas.

Lo que más patidifusa me dejó fue que mi mamá me dijo: "Te entrego mi casa. Tú te tienes que encargar de todo: súper, comida, aseo, lunches, desayunos, pagos, etc. Además tienes que ver que tu padre lleve a la escuela y no mate a tu hermano y TE EXIJO que no los matrates (hablaba de los tres varones). Tienes que ir al médico con tu abuelo y pedir su medicamento. Y te encargo el negocio. No quiero que dejes tus cosas de lado, pero espero regresar y encontrar todo en pie".

Confieso que encontré este sermón muy intimidante. Pero, ¿qué podía hacer, si ella ya tenía un pie en el taxi del aeropuerto y yo estaba a punto de irme al gimnasio? Asentí, les desée un buen viaje y me fui. Empecé la semana decentemente: el miércoles se complicó por la ida al súper sin coche y con presupuesto limitado. Logré hacerlo sin causar un crack financiero, aunque el viernes tuve que recoger al enano y completar las compras que, de haberlas hecho el miércoles, me habrían ocasionado transtornos en el transporte. Así llegamos al fin de semana, en el que el viaje al negocio fue una aventura.

Me explico: cuando estoy en el Estado de México, mi papá me da permiso de manejar, siempre y cuando vaya acompañada de un adulto (lo cual me enoja bastante porque yo YA soy considerada como tal). Mi tío -quien fue el que me enseñó a conducir y que trabaja en el "changarro"- me encubre y me deja manejar yo solita. Total que me fui con la camioneta familiar a dar mis vueltas de práctica al centro del pueblo bicicletero (en realidad es una ciudad de poco más de 5,000 habitantes), y como era de esperarse... me perdí. Yo supongo que en realidad no me quedé en el pueblo, sino que en algún lugar tomé una vuelta equivocada y me llevó al pueblo vecino. Así que manejé por carretera sin darme cuenta. Regresé unas tres horas más tarde, rogando al cielo que a mi padre no se le hubiera ocurrido ir al establecimiento en una visita sorpresa. No fue el caso, por lo que cuando fue a recogerme para regresar a la ciudad, le conté la versión aceptable de los hechos: mi tío me guió en carretera.

La semana número dos pasó con menos altercados. El súper fue más fácil porque sólo era comprar frutas y verduras y algunos lácteos. El enano se quedó en casa un par de días y no tuve que ir por él a la "secu". Las asistentes domésticas arreglaron sus problemas entre ellas. Sólo un inconveniente mayor: La ida al banco y los depósitos y pago de inscripción y demás. Otra vez el presupuesto desde dentro de casa estaba limitado, y aunque ya tenía dinero, me inquietaba que no cuadraran las cuentas del negocio. Hice malabares, pero conseguí cubrir los gastos y tener un pequeño remanente. Sin embargo, la tensión en casa se sentía: papá molesto por tener que esperar al enano en las mañana y llegar tarde al hospital. Enano cohibido por hostilidad de papá. Abuelo irritable por querer hacer "arreglos" en la casa y mi negativa disfrasada de excusa. Evadimos los problemas un poco y tratamos de poner nuestra mejor actitud y disposición para convivir armónicamente. Además, mi nerviosismo se vio acrecentado por mi desición de manejar la camioneta en la ciudad sin decirle una palabra a mi papá.

La tercer semana fue mejor: mi hermano terminó el curso, por lo que los niveles de estrés de mi papá se volvieron inversamente proporcionales a los míos. El súper lo hice en tiempo récord. Comenzaron a importarme poco los balances generales del negocio y la situación mejoró un poquito. Un pequeño accidente al volante ocurrió: me chocaron en un alto. No pasó a mayores, y no permití que amedrentara mi estado anímico. Pero mi abuelo me sacó de mis casillas a mitad de semana: no pidió su medicamento en su consulta y me echó la culpa a mí. Fue una discusión absurda y frustrante, porque en realidad marcó mi conversión a ser el chivo expiatorio. No me molestó la posición porque llevo varios años siendo la disidente oficial de la familia, pero el que pretendiera que hiciera todos los trámites y recordara lo que toma... Ni yo me acuerdo de tomar mi medicamento, como que querer que esté al tanto de los tratamientos de otros es demasiado pedir. Para el sábado yo ya estaba pidiendo de rodillas que regresara mi mamá, y cuando llegó al aeropuerto el martes... fui la persona más feliz.

Esto me sirvió para otras varias cosas. Me dí cuenta que ya puedo administrar una casa. Si tuviera una fuente de ingresos, podría irme de mi casa, poner un depa y llevarlo a la perfección. También me percaté de cuantas cosas hace mi mamá por mí y lo difícil que es coordinar la vida de varias personas. Aprendí cómo tocar temas delicados con mi papá. Y algo que tengo que seguir prácticando: a no dejar que las actitudes y las vibras de otros me afecten.

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