Tuesday, September 28, 2010

Las Máscaras Indivisibles, Intercambiables.... y ahora también Inseparables

La primera letra del manifiesto quedó un poco temblorosa. Esa pausa inevitable en la que el material de escritura fue acercado al espacio de trabajo hizo que la resolución de escribirlo flaqueara... al menos un poco. Por supuesto que tendría que escribirlo. Quería hacerlo si bien por las razones más equivocadas que pudiera dar, pero sentía que era su forma de contribuir al mundo -al menos en el inmediato- de una forma un poco menos pasional pero más personal.

"Nacida de una ligerísima renuencia causada por una menos ligera desconfianza, la incapacidad -innata o adquirida- de conectar con otros seres humanos se ha convertido en símbolo y característica innegable de las sociedades post-modernas, como síntoma evidente de la dialéctica que no da opción de escapatoria: el miedo terrible y el deseo incontenible de 'el otro', de aquellos que es ajeno a la propia persona; y también de otra relación similar: llevar una vida racional es prácticamente imposible en un medio social completamente ilógico, aunque lleno de sentidos múltiples y variados, cortesía de los mismos 'otros', los que causan a cada persona una fascinación indescriptible."

"Dadas las condiciones anteriores, se encuentra el problema real: la inconexión entre individuos pertenecientes a un mismo medio es más usual de lo que se cree. En ése aspecto, gran parte de la humanidad debe saber que tiene algo en común con el prójimo, pero no es así. Cada quién ve al de enfrente, el de atrás, los de al lado como seres que tienen nada de qué preocuparse. Seres que saben cómo reaccionar, qué decir, qué pensar y cuánto y cómo demostrarlo. La pregunta esencial aquí es ¿cómo saber bajo qué reglas se juega con cada individuo con el que un sujeto dado se involucra? Y es que pasando de la cuestión y la perspectiva mercantilista, las relaciones humanas se dan básicamente por negociación. Tal vez no de qué quieres, qué quiero, cuánto vas a ceder tú, cuánto yo y qué estrategias vamos a usar para obligar al otro a ceder, sino estando en el entendido de que todos los seres humanos necesitan algo diferente y están dispuestos a ser alguien diferente con personas diferentes."

"Es factible decir que las personas tienen máscaras para cada individuo con quien cruzan palabra, pero eso no puede ser del todo malo... ¿o sí? Aparentemente es más bien una forma de defender lo que hace únicas a las personas contra todos los puntos en común. Saber que comparten muchas más cosas de lo que creen con los demás -aunque cueste admitirlo- puede lograr que se pierda esa conciencia de lo diferente, de lo privado, de lo que es exclusivamente 'mío'".

"Las máscaras en este aspecto, son como las cortinas de los templos, que cubren los lugares más sagrados a los que sólo el sacerdote puede entrar. Cada persona es su templo y su sacerdote, pues en su vida tiene el derecho y la necesidad de guardar una fuente de poder desconocida a los demás. Una máscara no implica necesariamente una mentira, un engaño o motivo de desconfianza. Lo que sí implica -de forma inevitable- es un forma de preservar la intimidad, de tener el poder de decidir a quién mostrar una parte del 'Yo' y a quién no. Está en la naturaleza humana negarse a hacer algo, aceptar hacer algo y arrepentirse de y por algo".

Thursday, September 23, 2010

Escribir con humor sin liviandad: un homenaje a Germán Dehesa

No cabe duda: los mexicanos sabemos reírnos de nuestras desgracias, de errores y tropiezos –tanto individuales como de los cometidos por esos a los que llamamos ‘gobernantes’-. Reímos incluso de las cosas que nos desesperan, indignan, intrigan y enojan profundamente. Nos tomamos los aconteceres ‘con filosofía’, como dice el argot popular, pues si no se hiciera así, la crisis anímica que padecemos como sociedad sería crónica. Somos en resumidas cuentas, un pueblo hecho de dicotomías, tal y como se describe a sí mismo el periodista, crítico y escritor del populum, Germán Dehesa.

Don Germán se nos fue antes de tiempo. Tenía sólo 66 años, una edad en la que el amor por la vida es algo tan poco común, que deslumbra a quienes lo miran desde fuera. La última vez que publicó en su columna “Gaceta del Ángel” –la cual aparecía en el diario Reforma- nos decía a sus “cada vez más queridos lectores” que estaba enfermo y la sentencia hipocrática se cumpliría a finales de este año, pero que tenía esperanza de poder caer en el defecto nacional: pretendía sobornar a los oncólogos, a las instituciones gubernamentales y a la burocracia en general para conseguir un poco más de tiempo. En pocas palabras, Germán Dehesa no tenía ganas de morirse.

Pocas veces recorrí con la mirada ese espacio entre lúdico y académico, jocoso y serio: era un lujo que me daba cuando la vida escolar y familiar me dejaban tiempo disponible, y siempre era un dulce a la conciencia y al sentido del humor. Era el medio perfecto para poner sobre la mesa los hechos del acontecer político y social, para cambiar de perspectiva y volvernos un poco más críticos. Pero a diferencia de otros columnistas, este hombre dual decía las cosas con ‘conocimiento de causa’, que dejaba muchas dudas sobre su afiliación partidista y que aminoraba con humor negro el golpe del aterrizaje.

Leí cuando era aun más niña un libro suyo: “Los PRIsidentes”. Creo que fue uno de los factores que sedujeron mi atención e interés hacia el ámbito de la política nacional. Claro en sus críticas y evasivo en cuanto su postura personal, Don Germán le brindaba al público elementos para pensar… por cuenta propia. Su irreverencia es uno de los atractivos: se burlaba abiertamente del circo que es nuestra política, de sus normas e instituciones convenencieras y esquivas, de sus actores que saben muy bien cómo entretenernos y al mismo tiempo hacía mofa de sus colegas y del estilo clásico, elevado e intelectual de las columnas que a veces son tediosas y aburridas.

El señor Dehesa era un conversador, un platicador hecho y derecho. Y cómo no iba a serlo si su hermano le enseño desde muy joven a conocer a su audiencia, a mirar a quien lo leía y lo escuchaba, a ser dinámico, a hablar ‘como todos los mortales’ y a no enfrascarse en un tema único. Esta cualidad versátil y accesible hace que se quede con nosotros este hombre, esta pluma, a quien sin duda alguna, extraña(re)mos igual que a “Monsi”.

Thursday, September 16, 2010

Regreso a la infancia... o casi

Por alguna extraña razón -si se puede llamar extraño al aburrimiento en clases- me he puesto a leer el cómic clásico de mediados-finales de los 80's "Calvin and Hobbes" de Bill Watterson. No es por algo en especial, pero esta tira cómica se ha convertido en una de mis favoritas, empatando en primer lugar con "Mafalda" de Quino.

La verdadera historia de mi atracción a estas obras del arte pop no es la más predecible, considerando mi usual recelo a las cosas que son ampliamente aceptadas por las masas. Comenzó con mi acercamiento a la pequeña niña argentina que se quejaba del mundo en que le había tocado vivir; creo que me vi a mi misma en esa caricatura, porque ciertamente... mi gusto por Mafalda se convirtió rápidamente en una obsesión saludable.

Por otro lado, conocí las aventuras del pequeño demonio Calvin y su inseparable amigo Hobbes cuando entré a la Universidad, gracias a uno de los mejores profesores que he tenido en la vida. No recuerdo exactamente qué episodio tenía pegado con chinches a la pared de su oficina, pero creo que era uno en el que el engendro de seis años habla del capitalismo. Han pasado, si mis cálculos no me fallan, casi dos años desde ése primer encuentro, y justamente ahora que mi clase de Economía Política Internacional es una tortura, he re-descubierto las maravillas de estos personajes.

Es un poco irónico, creo yo, que la filosofía esté al alcance de un gran número de personas que no están ni remotamente conscientes del contenido real de lo que las divierte todas las mañanas en los diarios. Calvin y Hobbes tienen nombres de personajes históricos... la mínoría sabe a quienes hacen referencia estos personajes tan divertidos. Menos personas aun entienden por qué algunas tiras dicen lo que dicen... Pero eso no es tan relevante cuando se trata de una historieta. Claro que saberlo la hace mucho más entretenida.

Además del atractivo que tiene para mí por las referencias histórico-filosóficas, debo admitir que Calvin me recuerda mucho a mi misma. No diré si de hace algunos ayeres o de tiempos más contemporáneos, porque eso sería ponerme en evidencia y pues no. Sí, aunque no lo crean, queridos lectores, tengo una parte de puella terrificus que dudo que quieran conocer, pero al mismo tiempo y sólo si quiero, puedo ser un ente completamente angelical. También tuve un Hobbes, una Susie Derkins, un Moe... y profesoras como Miss Wormwood.

Creo que no es difícil que éste comic atrape a cualquier persona, porque nos muestra aquello que nunca nadie debería perder: la inocencia y la ingenuidad de un niño, sus ganas de comerse el mundo con su curiosidad que lo mete en aprietos y esa parte tan tierna y vulnerable que habría que proteger toda la vida.