Saturday, October 16, 2010

De tal palo... no tal astilla

Siddhartha hijo huyó en medio de una noche sin luna ni estrellas. Estaba convencido de que no habia nada para él en aquél lugar en el que ese hombre -a quien se parecia tanto fisicamente y al que debiera llamar padre- vivia tan miserablemente, pues ¿Quién podía sentirse placido y satisfecho sin los manjares que el conocía y había saboreado tantas veces antes? ¿Quién querría vestir una harapo si podía disfrutar de la ropa más fina, de los trajes más hermosos? ¿Quién podria ser feliz sin el movimiento ajetreado de las personas al tiempo que él estaba reposando en la litera? ¿Cómo podría él, el hermoso Siddhartha, vivir con tan poco si lo merecia todo?

Lo que el joven necesitaba era el escandalo y la energia que bullían en la gran ciudad, por lo que corrió y deshizo el mismo camino que su madre muerta lo había obligado a viajar meses atrás. Llego a la ciudad al alba, y se dispuso a buscar su casa. Cuando la halló quiso entrar en ella, mas los seguidores del Sublime habian cerrado sus puertas. Los pocos que regresaron de la peregrinación decidieron que no recibirían discípulo alguno sino hasta un año después de la muerte de Gotama.

-Abridme. Soy el hijo de Kamala. Mi madre ha muerto en peregrinación y he venido a habitar su casa, que ahora es mi casa.

Sus gritos murieron en el silencio. A pesar de estar despiertos, los discípulos de Gotama que conocían al muchachos se rehusaron a abrir. A diferencia de su madre -que practicaba cuidadosamente el ayuno y todos los preceptos dados por El Sublime- el chico era posesivo y voluntarioso, y no aceptaba 'no' como respuesta a sus caprichos. La avaricia y las pasiones dominaban su corazón y cegaban su juicio.

Uno de los seguidores más jóvenes que vivían en la antigua casa de Kamala se acercó a la puerta, después de mucho tiempo de escuchar al joven gritando.

-Decidme joven ¿qué deseas?- el monje le preguntó serenamente. -A caso no sabes que estamos meditando?
-Quiero que me abran, me dejen entrar y ustedes salgan. Mi madre ha muerto y yo he venido a tomar posesión de mis cosas, de lo que me pertenece.

El monje observó el rostro de Siddhartha hijo, que respiraba con agitación. Buscó sus ojos y vio que el chico decía la verdad y hablaba en serio.

-Oh, hijo de Kamala, ¿es que no sabes que tu madre regaló todo esto?- dijo el joven
-¡Eso es mentira!¡Mi madre nunca habría hecho semejante cosa!- el resentimiento de Siddhartha aumentaba y se veía en su cara.
-Pero si es la verdad. Yo apenas comenzaba a seguir a Gotama el Sublime, cuando ella buscó a los otros seguidores y les dejó todo a ellos.
-Regresenme mis cosas. Mi madre ha muerto y no quiero ser un mendigo. Quiero todo lo que era de mi madre y ahora es mío.

En ese momento, uno de los monjes más viejos salió a la puerta.

-Estas ya no son tus cosas, niño. Estas cosas pertenecen ahora a la enseñanza y práctica de la doctrina de Buda.
-Pero las necesito. Necesito dónde vivir y qué comer. No tengo a nadie que me dé lo que necesito.
-Te equivocas en dos cosas, niño. Kamala cuando regaló sus cosas nos habló de ti y nos dijo de tu padre. Sabemos que ella quería que estuvieras con él-. La voz del monje era serena, pero había un tono de autoridad que hizo que Siddhartha se silenciara.
-No reconozco al hombre que es mi padre, porque es un barquero miserable y yo no puedo ser hijo de un miserable.
-Entonces deja tu orgullo y tus deseos y vuélvete hacia nosotros, como lo hizo tu madre antes que tú. Abraza la doctrina, calla tu ego. Nosotros te abrimos la puerta.
-No reconozco ni ley ni maestro- dijo el joven temerariamente.
-Entonces regresa sobre tus pasos y busca tu camino. Haz aquello que tengas y consideres en tu vida. Adiós Siddhartha.

El monje cerró la puerta y Siddhartha hijo se quedó iracundo. Pero había nacido con estrella, igual que su padre. Vagó un par de días por la ciudad. Al segundo día, mientras se bañaba en el río, el criado de un joven comerciante le habló.

-Mi amo quiere que te acerques.

Siddhartha se acercó al comerciante.

-Te he visto vagando, pidiendo comida. ¿Es que acaso no tienes hogar?

Siddhartha contó su historia y el comerciante se apiadó de él. Lo tomó como aprendiz y lo llevó a su casa.

Pasaron los años y Siddhartha acumulaba riqueza y tesoros para el comerciante. Pronto se hizo comerciante también y su riqueza fue enorme. Sin saberlo, el hijo vivió la vida de su padre. La única diferencia fue que sansara se apoderó de él, pues su espíritu no era puro y no le dejó ver lo importante.

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