Friday, June 29, 2012

La improbabilidad del amor y la imposibilidad de las relaciones


“No existe amor en paz. Siempre viene acompañado
de agonías, éxtasis, alegrías intensas y tristezas profundas”
Paulo Coelho

Existen, en la reflexión metafísica sobre la vida, el destino y el libre albedrío, algunas premisas populares, como lo es la aseveración del principio de incertidumbre: a partir del nacimiento no hay certezas, salvo que quien nace está vivo y morirá en algún momento futuro. Quizá debería añadírsele una cláusula para advertir la alta probabilidad de experimentar durante la vida algo que se ha convertido en un lugar común y un pretexto para escribir: el amor de pareja, ya sea erótico, platónico o imposible. Tema siempre presente en la literatura universal, los poetas han utilizado diversas estructuras poéticas para hablar del amor –en cualquier variante y forma suya-, pero se ha destacado el uso del soneto y la décima para tratar al amor imposible y/o no correspondido.

La décima es una estructura o forma poética constituida por diez versos octosílabos, cuya rima se da entre los versos primero, cuarto y quinto; segundo y tercero; octavo y noveno, y sexto, séptimo y décimo . Dicha estructura se tornó definitiva en el siglo XVI –cuando se fijó la forma de la rima- y su uso ha sido recurrente desde entonces . En la escena poética mexicana en el siglo XX, es Xavier Villaurrutia quien escribe “Décimas de nuestro amor”, obra que, en diez décimas trata, –lo más racionalmente posible, una situación amorosa no correspondida. El objetivo del presente ensayo es mostrar cómo cada décima refuerza una emoción y un mensaje diferente que no contradice el sentido y el mensaje de la obra en su totalidad, por medio del análisis de su estructura sintáctica.

En conjunto, las décimas comunican ‘al otro’ el sufrimiento, producido por la contradicción interna de todo ser enamorado sin reciprocidad: sufre tanto por la ausencia y la distancia del amado como mientras está en su presencia por la conciencia del sentimiento unilateral, pero -a pesar de la agonía- necesita tenerle cerca. A lo largo del poema, la voz poética expone su angustia, pero llega a una conclusión apabullante: es imposible dejar de amar.

La primera estrofa es la introducción, el comienzo del monólogo en el que se hace una declaración abierta pero dirigida específicamente a quien sepa: te escribo a ti. Sin embargo, la emoción transmitida es la reserva en torno a la acción y al monólogo mismo, generado por los verbos de los primeros 4 versos: prohíbo, revelar, decir, escribirlo, escribo. La voz está contrariada, pues sabe que no debe escribirlo, hacerlo público, y sin embargo cede ante la necesidad de expresarse, sin llegar a ser clara, explícita y específica. Una vez aclarado el “no debo, pero necesito hacerlo”, se explica el accionar del círculo vicioso: vivo, buscándote, invoco, toco. Tanto si está presente el depositario de sus afectos como si no, la voz se las ingenia para tenerlo cerca, lo invoca porque es lejano –ya sea porque es ilusorio, prohibido, reprobable.

La combinación sustantivos-adjetivos ofrece una dimensión más sensorial y emocional: es el amor en secreto hacia ‘el otro’. La ausencia del amado puede ser o no ficticia: la caverna en que esta uno mismo y la dificultad para salir por completo de ella implica a la soledad y la compañía -perceptible o imaginada-,  convirtiéndose en la barrera tocable e hiriente cuando se es consciente de su existencia; lastima como cuando se ve la luz tras haber estado en la oscuridad.

Ahora bien, la siguiente estrofa en una propuesta nacida en el quizá de la correspondencia afectiva, se manifiesta y expresa en la potencialidad y se presenta con actitud desafiante; retando –en cierta medida- a ese otro amado a terminar con la soledad, angustia triste y dolorosa. No es una correspondencia delirada: el amor está, madura, sangra. Empero, es un amor nacido en un corazón deshecho, descompuesto y sin funcionar como y para lo debido; que crece y se vuelve prudente en su lugar de residencia –el pecho– y por eso se manifiesta en el silencio largo en donde no hay ruido entorpecedor de la comunicación y todo lo que puede ser, es. Por esas razones propone y cuestiona a su amado “¿por qué dolorosa y mustia/no rompemos esta angustia/para salir de la nada?” (18-20).

No se abstiene de reclamar y decirle ‘al otro’ –entre líneas y sutilmente- que es un cobarde ante quien lo ama y ante sí mismo. Amar implica siempre un riesgo y enfrentarse al temor de querer, preferir –elegir– perder y no dejar ver, para salvarse. ¿Salvarse de qué? De querer y de ver en quien le quiere una amenaza a la vida: una agonía –sufrimiento y deseo mortal – reflejo de la propia y el temor de resolverla es el impedimento para amar de vuelta en calidad e intensidad, provocando vulnerabilidad: el ser amado se halla inerme y sin posibilidad de defenderse porque tiene o puede decir nada en su defensa dentro de su cobardía.

La cuarta décima trae consigo una petición oculta: le dice al ser amado ‘no te vayas pues duele más extrañarte’ El ser amado percibe su presencia como causa de aflicción en quien lo ama y para no ser motivo de tal, se aleja, huye y evita estar con la voz poética, sin saber o enterarse que el dolor es más grande cuando no está, dada la aparición inevitable e involuntaria de la evocación sensorial en la quietud –silencio– de las horas durante las cuales no hay compañía: si acaso paranoide, oye su y voz y mira su cuerpo en el espacio en donde no está.

Hay una queja abierta en la siguiente estrofa, después de que el amado genera esperanza difusa, lejana e inverosímil de realizar ‘algo’ –refiriéndose, probablemente, a una relación estable o a una relación erótica–, frente a la falta de deseo –anhelo, ganas e impuso sexual – posterior a ‘algo’ ya vivido y no es probable un segundo acontecer. Es evidente el anhelo de una repetición sin posibilidad de terminarse: si volviera a ser –lo que sea que eso hubiera sido-, se acabaría la expectación oscura como la noche. No se engaña y es consciente de su realidad: se encuentra solo en la (des)esperanza y no tiene solución la indisposición del otro a resolverla.

Sin embargo, la voz poética reconoce no sólo la cuestión emocional, sino también el aspecto físico, pues su cuerpo siente y reacciona agravando la falta de certeza del otro hasta que ocupa la boca y, cuando la desaloja –hablando o gritando dicha incertidumbre–, se queda el sabor amargo y la triste e inhóspita aflicción, ahí de manera permanente y firme como el recuerdo y el olor, lo único que permanece desde la partida. Esta décima es una ligadura entre la quinta y la séptima, donde se retoma el conflicto entre la esperanza joven, inmadura, dudosa y confusa ocasionada por el retorno del amado, y el descorazonamiento causado por saber –o ser consciente de – la poca probabilidad de consumación amorosa, planteada desde la soledad inaccesible –y de la cual tampoco puede huir– en donde se aposenta quien ama a pensar en el ser amado: por eso es tortura, porque cree en volver a vivir ‘algo’ con su amado y sabe que no es, en realidad, plausible.

El aspecto físico de la situación sigue presente en la octava estrofa y está ligada a aquello que la voz poética quiere: la realización del la relación sexual. El deseo erótico forma parte de la relación de pareja y, si bien puede o no ser considerada fundamental, es cierto que es un factor generador de placeres, angustias y marcas por igual. En este caso, dicha realización se da en el plano onírico, lo cual tiene sentido si se considera el contexto planteado en el poema: una relación imposible porque no es recíproco el amor. La voz poética se sueña en el orgasmo compartido, aunque no deja de ser una imagen peligrosa e incierta por no tener fundamento (en su calidad de sueño), ni excluye la capacidad de poner marcas duraderas que señalan como propio al cuerpo onírico del amado y afligen y atormentan tanto a quien hiere como al herido. No se debe olvidar una propiedad de las palabras: provocan, causan alguna reacción en quien las emite como en quien las recibe. Así, después del clímax, lo que se dijo en el sueño alargaba el éxtasis del orgasmo, a pesar de la diferencia en la expresión: cansadas las del soñado, disparatadas las del soñante.

Sólo hay un razón que motive a la voz poética a insistir y correr riesgos –quizás innecesarios – para acercarse al objeto de sus amores: la desesperación, el despecho, el haber perdido la esperanza de estar con esa persona y saber que no puede esperar más nada, sobre todo después de reconocer que no hay probabilidad de generar en ‘el otro’ los mismo sentimientos y emociones tormentosos, ni las reacciones físicas similares a las propias. No causó temor ni recelo, ni ninguna otra reacción, de modo tal que es clara la posición del amado: me eres indiferente. Ante esa triste verdad, no hay mucho por hacer para la voz poética.

Una vez sentada y evidenciada la verdad objetiva, la décima décima manifiesta lo más difícil de lograr: amar a pesar de todas las razones que podrían matar al amor. Para la voz poética, el amor no muere, sólo se refugia –podría decirse que hiberna en una sala o recoveco fuera del escrutinio público– en lo profundo de su corazón, y es la misma voz quien seguirá viviendo con ese amor oculto sin forma de encontrar que el ser amado lo vea (y quizá, lo más importante: lo acepte).

No es de sorprender el uso repetido de adjetivos lóbregos y siniestros en las décimas, si se tiene en cuenta las emociones de profunda tristeza y desesperanza recurrentes en todo el poema: siempre fue un poema de despecho y queja, de desahogo ante una verdad que duele. La realidad inequívoca –prácticamente universal a todo ser humano que se haya enamorado al menos una vez en la vida– en la posibilidad de rechazo y la no correspondencia de sentimientos se puede expresar en cualquier forma y extensión: desde 140 caracteres, hasta las más complejas y mejor logradas formas poéticas, en todos los idiomas y en todos los tiempos.

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